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jueves, 6 de octubre de 2011

EN BUSCA DE DULCINEA


Por Camilo J. Ropero


En vacaciones de julio del año pasado, cuando mi profesora de lenguaje era Viancy Y. Trillos, me puse a la tarea de comenzar a leer una de las obras de literatura más brillantes que se hayan escrito: Don Quijote de la Mancha. Aunque su lenguaje es un poco complejo, característico del lenguaje barroco español, ha logrado atraparme y ha sido imposible dejarlo olvidado en mi pequeña biblioteca, sin que primero fuera devorado lentamente en mis lecturas nocturnas. La historia que nos cuenta Miguel de Cervantes, o bueno, como el mismo lo expresa el sabio árabe Cide Hamete Benengeli, esconde en sus página la vida de un hombre que dejó su hacienda a la merced de la criada y su nieta, dejó su vida de hidalgo, dejó su cama amoblada y su biblioteca abarrotada de valiosos libros por un solo objetivo: alcanzar un sueño. Y es que se dio cuenta a sus 50 y tantos años –demasiado tarde– que su verdadero sentido de vivir estaba en poner en ejecución lo que más deseaba, pues habría de ser de aquí hasta sus últimos días su capacidad soñadora la que lo mantendría con vida.


A Don Quijote no le fue impedimento su edad, ni su «figura contrahecha», ni mucho menos las mujeres de su hacienda para convertirse en caballero andante. Tuvo la mas mínima lucidez su locura para decidirse a que la vida no se puede vivir de ilusiones vagas, de reproches, ni de suspiros fatuos, sino de sueños que luego se harán realidad.

Es muy común oír –con mucha rabia– que muchos jóvenes cuando terminan sus estudios de bachillerato, se resignan a no hacer nada y quedarse en casa durmiendo. Y es que no sé porqué este extraño fenómeno del siglo XXI donde pocos son los que sueñan y se proyectan  un camino a seguir en el futuro. Quizás sea la empalagosa tecnología que cada día se nos impone casi sin querer, la culpable de la desidia y de que ya no sea tan simple soñar.

Esta situación la he vivido muy de cerca este año. Año definitivo donde debemos estar llenos de sueños, y más bien debiéramos tener la mente atribulada por no saber que caminos escoger, y me encuentro con personas que tranquilamente «no saben qué hacer» y continúan sus vida como si mañana no nos hubiéramos envejecido un día más.

A veces yo mismo envidio el coraje y gallardía que tenía aquel hidalgo manchego, que tomando, además, la fuertísima inspiración y casi devoción,    –que podríamos decir que pudo haber sobrepasado a la de Dios– por su señora Dulcinea, tuvo suficiente para enarbolares en la experiencias más descabelladas, pero que el primero imaginó, y luego las hizo realidad. ¿Por qué ahora no hay jóvenes con esa facultad de soñar?

Dulcinea nunca existió, y eso Sancho lo sabía, pero fue la excusa perfecta para seguir adelante, para sobrellevar los fracasos en sus desventuras, para lograr sobreponerse de los muchas trampas que los encantadores le ponían cuando le transformaban las ventas en castillos o los molinos de viento en gigantes.

¿Por qué no buscar una Dulcinea que no permita levantarnos y seguir lo que anhelamos? ¿Por qué no enfrentar cara a cara al valiente vizcaíno de la sociedad, que nos influye de forma tan negativo en el resultado de nuestro proceder?


Solo espero que nos toque esperar hasta tener 50 años, para darnos cuenta de que tuvimos todo una juventud para soñar y hacer realidad, y no para soñar y ponernos a suspirar.

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