Asesor médico
explica 'por qué vivimos como 'fosforitos'
El mal genio no siempre es producto del estrés. Podría
estar relacionado con desequilibrio químico.
"Puedo admitir
que existan, pero que ni me hablen ni me miren. Total, el único sentido que
tengo intacto es el sentido pésame". Esta frase, pronunciada por Boogie el
Aceitoso, el célebre matón creado por el caricaturista Roberto Fontanarrosa, está
en la cabeza de un incontable número de personas, que parecen
haber asumido que 'embejucarse' por todo es un derecho adquirido.
Se trata de aquellas
personas que para todo 'sí' tienen un 'no' y un pesimismo a flor de piel;
andan con la cara larga y todo lo ven a través de los lentes grises de la
irritabilidad. A un "buenos días"
responden con un "¿Y qué tienen de buenos?". Frente a un día
iluminado, siempre dicen: "Ese sol es de agua". Y juran haberle
cortado la cola al perro para evitar que la mueva cada vez que se asoma la
suegra o el vecino que odian.
Todos ellos parecen
seguidores de la corriente del ensayista estadounidense Shalom Auslander, quien
pregona que Dios nunca contesta los llamados terrenales porque siempre está
furioso.
¿Qué hay detrás de
este permanente estado de irascibilidad, que parece afectar cada vez a un mayor
número de personas?
La misma gente tiende
a buscar las explicaciones en razones aparentemente obvias: en el estrés
cotidiano, en la excesiva competitividad y las exigencias de hoy, en la carga
laboral, en las deudas con los bancos, en la pobreza y el desempleo, en el
tráfico, en los problemas familiares y en la descomposición social, solo para
mencionar algunas causas que comparten una característica: siempre son externas.
Nadie niega, claro,
que estos factores actúan como disparadores del mal genio, a un grado tal que
muchos son capaces de casar auténticas peleas con su propia imagen en el
espejo.
Sin embargo, los
investigadores han empezado a sugerir que el 'embejuque', el 'emberracamiento' y el
"no se le puede decir nada" tienen explicaciones biológicas,
relacionadas directamente con alteraciones en la química del cerebro, que se
traducen en el mal carácter.
En otras palabras, es
como si al rabioso le faltara un combustible para tener buen humor. Semejante
condición tiene un nombre: anhedonia, es decir, la incapacidad para pasarla bien, disfrutar la vida
y ser tolerante.
Aunque no se trata de
lo mismo, el equivalente del 'embejuque' se conoce como disforia, un término
que hace referencia a un trastorno del ánimo caracterizado por un permanente
estado de insatisfacción e irritabilidad.
Esto está ligado a una
sustancia del cerebro conocida como dopamina; cuando se cuenta con niveles
adecuados de esta hormona amigable, la persona experimenta gratificación y
saciedad con respecto al entorno. Lo mismo pasa con las endorfinas, que
equivalen a una especie de opio que el cuerpo produce, y que hacen genuinas
frases del corte "Estoy bien y mejorando...".
Para que estas
sustancias funcionen, la amígdala, una zona del cerebro, debe estar en calma,
pues ella es como el centro de las emociones.
¿Y dónde queda el diván?
No todo el
'enchichamiento' de la gente puede explicarse desde el punto de vista orgánico.
Hay una corriente psicoanalítica según la cual personalidades agrias, como la
de Olafo el Amargado, existen porque ellas no responden a sus ganas; en otras
palabras, nunca están en contacto con sus deseos y viven en un constante estado
de frustración.
Eso hace que las
personas sientan todo el tiempo que su entorno es un ring, en el que pueden ser
atacadas; por esa razón, siempre están con los guantes puestos, a la defensiva,
y reaccionan en forma exagerada ante situaciones normales.
El psiquiatra Rodrigo
Córdoba explica que no es raro que estas personas interpreten frases simples y
actitudes cotidianas de los demás como ataques personales. "Si, por
ejemplo, un compañero dice: 'Hay mucha gente trabajando en esta empresa, ¿no?',
el irascible responderá: '¿Le parece que estoy sobrando? ¿Quiere que me
echen?'. Mejor dicho: a partir de falsas premisas se construyen realidades
paralelas", explica.
De acuerdo con Olga
Albornoz, también psiquiatra, las personas que están peleadas con la vida parecen tener un alto nivel
de egocentrismo y "su mal humor se explica, en parte, por el hecho de que
se sienten mal con ellas mismas, pelean y están en resistencia constante con
ellas mismas". Sin importar cuánto hagan para sentirse
satisfechas, nunca lo logran. "Primero yo, segundo yo, siempre yo... Nada
les parece bien", anota Córdoba.
Roy Baumeister,
profesor de Psicología de la Universidad Estatal de la Florida, y Mark Muraven,
de la Universidad de Albany (Nueva York), acuñaron la expresión 'agotamiento
del ego' para explicar que la fuerza de voluntad, determinante del autocontrol
-un freno para el rabioso-, es un recurso limitado, que cuando se agota
enciende el interruptor del mal humor.
El problema es que
mientras más esfuerzos hacen estas personas por controlarse, más 'enchiche'
experimentan, sobre todo con los demás. En este punto, la persona necesita
ayuda profesional para meter la irascibilidad en cintura.
No obstante, Joe
Fargas, profesor de Psicología de la Universidad de Nueva Gales, sostuvo, en un
artículo publicado en Science, que la irritabilidad no es del todo mala. En
dosis leves, afirmó, "puede mejorar la capacidad de las personas para
afrontar algunos problemas, pues eso las hace menos crédulas, más concretas en
la comunicación y más objetivas en su forma de pensar que aquellas que andan en
una felicidad permanente". En otras palabras, según
Fargas, quien anda siempre con cara de ponqué puede ser más creativo, pero al
mismo tiempo más laxo ante a la cosas. El amargado, por otro lado, tiende a ser
más atento, cuidadoso y reflexivo frente al entorno.
"Por ejemplo, si
un hombre se porta excesivamente bien con su mujer, aquella brava e intensa
tiende a pensar que 'de eso tan bueno no dan tanto', razón por la cual no se
relaja, sino que se pone más atenta con su marido", dice Albornoz.
Los expertos tienden a
dar como válidas y buenas estas actitudes, siempre y cuando no haya excesos y
se descarten problemas neurológicos.
Finalmente, los especialistas
recuerdan que no se trata de estar todo el tiempo contento; de hecho, no es
normal, pues sería tan pernicioso como andar como un fósforo a punto de
encenderse.
La psicóloga Sandra
Herrera sostiene que "la naturaleza humana es tan cambiante como el clima:
unos días es radiante y otros, gris y fría. Eso forma parte de los ciclos
normales de las personas. Es sano aceptar eso".
Pero si el mal humor de una persona es
permanente, afecta sus posibilidades de sostener relaciones sanas y
desestabiliza a quienes la rodean, hay que abrir los ojos: el 'embejucado'
puede estar más cerca de una depresión mayor -con todas sus nefastas
consecuencias- que del mal carácter. Si ese es el caso, se está en presencia de
un trastorno mental, y esa es otra historia.
EL ARTE, CONTROLADOR DE LOS SENTIMIENTOS; ¿ES POSIBLE?
Una forma de manejar este agotamiento físico y mental es acudir al Arte, que relaja los sentidos habilitando la posibilidad de imaginar otros aconteceres sosegados, apacibles, tranquilos, serenos.
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